Es Up in the Air una de esas películas en las que todo parece pequeño, una pequeña historia fuera de la épica con situaciones definidas en espacios de tiempo y físicos reducidos con planos cortos y medios y donde te sientes como parte de la acción. Que te da cierto ambiente, parecido a reclinarte en la mesa, con un par de copas y hablar de confidencias con una buena amiga.
Pero casi siempre que se consigue el resultado resulta una gran película que acierta con tu ánimo y hace que al terminar todo el mundo tenga ese aspecto de haber visto un poco de la vida de un ser real, al que es imposible después de conocer no sentir un poco como algo tuyo. Una sonrisa de camaradería con el protagonista que lo sientes como alguien muy cercano.
La película relata unos meses en la vida de Ryan Bringhman un trabajador de una contrata especializada en despidos que dedica 300 días al año a viajar a lo largo de EEUU en vuelos continuos. Este hombre ha hecho una filosofía de vida a medida propia que resume en varios momentos de la película comparando el bagaje personal a una mochila que considera debe ser lo más ligera posible. En ese equipaje no hay huecos para facturar ni para cosas o personas, su propia casa es un piso vacío que aparece blanco, aséptico, sin ningún rasgo personal y contra puesto a los hoteles de gran calided que podemos ver como su auténtica casa a lo largo del metraje. Para el eso no es vivir sólo, está muy cómodo con su situación y tiende a esquivar a su familia y no hay referencia alguna a una amistad o conocido.
Pero su vida da un vuelco cuando conoce a Alex, otra ejecutiva que actúa como el y con la que inicia una relación basada en los encuentros casuales que sus respectivas agendas puedan propiciar. Además la compañía para la que trabaja contrata a una joven, Natalie Kenner, que quiere instalar un sistema de despido por teleconferencia. En este momento de crisis con la oportunidad incipiente de un amor y con la de terminar para siempre con los viajes la película se convierte en una Road Movie donde Natalie y Ryan comparten despidos y viajes por el medio oeste y como en toda gran película el viaje físico se convierte en una metáfora del cambio espiritual de los protagonistas donde cada uno expresará sus motivaciones, sueños y esperanzas y que se resolverá cuando cada uno termine mostrando la realidad de su vida y los compromisos que lleva en esa mochila.
Sin duda el peso recae al ochenta por ciento sobre su protagonista, un George Clooney perfecto que supera su interpretación en Michael Clayton y que logra actuar con elegancia, en el sentido de que consigue transmitir gran cantidad de emociones con los menos recursos posibles. La escena con Sam Eliott y frente al panel de la terminal son impresionantes.
El resto de la trama recae en Vera Farmiga (Alex) que da un contrapunto absolutamente creíble a la historía y Anna Kendrick (Natalie) que supone la inocencia y la esperanza dentro de ese trío.
No hay nada malo o de relleno en esta película, donde un guión sólido marca cada paso del viaje personal de Ryan y las consecuencias que tiene en su vida el conjunto de situaciones que vive con esas mujeres, donde Jason Reitman da una lección de sobriedad y de solided a una historia donde los actores están perfectos.
Una película obligada para los amantes de esas pequeñas cosas que hacen el cine grande.
A nivel personal esta película me transmite una sensación parecida a la que siento cuando escucho esta canción.
Un saludo y dulces sueños, allá con las estrellas, Ryan.
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