Oscar Wilde vivió un tiempo de milagros técnicos sin precedente en la historia de la humanidad, a pesar de vivir hace más de un siglo seguramente se habría sentido cómodo en la actualidad pues el mundo se encuentra en una situación muy similar.
A finales del siglo XIX la humanidad brillaba con fuerza en un mundo de razón y asombro tecnológico sin parangón, la humanidad no necesitaba del viento para surcar los mares a bordo de poderosos vapores cruzaban sin miedo el océano. La obra civil sustituía a la sacra, las catedrales no eran el asombro arquitectónico, el uso del acero y el cristal permitía los famosos palacios de cristal, edificios monumentales para deleite de los hombres cultivados.
La prensa y el telégrafo unían pensamientos y fomentaban el debate en atestadas sociedades científicas. Se discutía de ciencia, literatura y arte.
El primer metro de la humanidad unía Londres desde 1863 y convertía a esta brillante urbe en el centro del mundo.
Solo Nueva York igualaba a esta gran ciudad, tomando la delantera al ser la primera ciudad electrificada del planeta en 1878.
Pero si la ciencia y la cultura alcanzaban cumbres en Europa y Estados Unidos las diferencias sociales eran cada vez más profundas.
Si eras rico, y había mucha gente así en el Londres Victoriano, vivías un mundo de fiestas, charlas delicadas y un total desconocimiento (lo que era de buen gusto) de la paupérrima vida de las barriadas obreras de la urbe.
La belleza, fruto de un mundo deslumbrado consigo mismo era lo más importante. Belleza en las formas, educadas y sutiles, en la vestimenta o en la dialéctica eran lo único realmente importante. El mundo que rodeaba esta isla de ceguera propiciada por la brillante luz de fin de siglo se hundía en la pobreza y al borde de la terrible guerra que llegaría 25 años después.
No es de extrañar pues que Wilde, hijo de una familia cultivada, llegara maravillado a ese Londres de oropel.
Tampoco es extraño que escribiera esta fábula sobre la belleza y como es capaz de enmascarar los más terribles actos. El joven Dorian es adorado por sus semejantes por su dulzura e inocencia.
Pronto conocerá a otros hombres que caerán rendidos ante el encanto de su pureza. Una admiración casi religiosa, de una religiosidad pagana y apasionada. Pero Dorian también es inteligente y así tomará conciencia de su juventud y de su poder.
Y ese el principio de su perdición.
Para este relato, Wilde opta por un género en desuso para su época, la novela de terror gótica. Mezclando así un genero anticuado con un tema profundamente moderno. Dorian conseguirá verter en una magnífica obra de arte, un retrato de gran perfección que congelará su aspecto níveo en el tiempo. Así descubrirá que cada minuto se vuelca en su imagen permaneciendo el siempre joven.
Pero no sólo el tiempo corrompe al hombre. Cada vileza deja su marca en el retrato.
Y el vive los años siempre joven y encantador pero cada vez más corrompido al descubrir que su maravilloso aspecto le permite vivir realizando las más horribles traiciones sin ser nunca tenido en cuenta.
Mientras su retrato refleja la más abyecta corrupción de una alma más oscura que la nada, abrigada por la más bella luz de un rostro detenido en su momento más puro. Un segundo antes de caer en la decadencia.
Con esta novela de magnífica prosa, profundamente romántica y llena de pasión y terrible nos muestran al más horrible de los monstruos. Ese al que nadie teme, al que todos aman pero del que sólo se puede esperar crueldad.
La traición definitiva es que la más completa belleza nos afecta como la tormenta al barco. A un nivel profundo nos arrastra sin contemplaciones sólo por acercarnos sin tener en cuenta la verdad. Todo es frágil cuando se enfrenta a la fuerza de la naturaleza y la belleza y la pasión son una fuerza más.
Como en otros cuentos góticos Dorian seduce ( Drácula) además arrastra a la locura y la desesperación a los semejantes que se acercan a su influjo, ( Frankenstein).
Y como ambos irrumpe en un mundo que ignora su presencia o simplemente no es capaz de ver el horror que enmascara su belleza.
El retrato de Dorian Gray es un divertimento, una novela de terror clásica o una sagaz metáfora de otro tiempo.
Un tiempo donde lo externo, la apariencia lo es todo.
Donde es más importante parecer bueno que serlo.
Donde la gente cae ante la imagen y no desea entender lo profundo.
Y el anacronismo definitivo, escrita en 1890, ¿No parece terriblemente actual?
Un saludo y que aproveche.
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