Peter Weir es un director de corte clásico, sus películas no tienen movimientos bruscos a lo Tony Scott ni escenas ultra lentas como le gustan a Zack Snyder. La falta de estilo definible quizás es su mayor signo de distinción. Filma las películas como se hacía antes apoyándose en las escenas y usando la cámara casi como una cámara de fotos, intentando que cada encuadre se defina con elegancia y belleza.
Lo más destacable de sus películas es la belleza con la que capta el entorno y cómo consigue convertirlo en un personaje más de la historia, los interminables campos y granjas de Único testigo, el mar y la Surprise en Master & Commander o el pueblo decorado de Tv de El Show de Truman.
Quizás sea en la actualidad lo más parecido a los viejos maestros del cine como David Lean o John Ford.
Además es un extraordinario director de actores donde casi siempre todos sus protagonistas consiguen maravillosas interpretaciones incluso cuando tienen fama de ser algo limitados, Harrison Ford pocas veces ha estado tan bien como en Único testigo.
Con estas premisas es difícil no ver que esta película le viene como anillo al dedo, las suaves, pausadas y casi poéticas miradas al entorno de sus películas encuentran en Camino a la libertad su máxima expresión. Porque si habitualmente el paisaje tiene rango de personaje para este director cuando el paisaje es básicamente el mayor bosque de hoja perenne del planeta castigado por el invierno ruso en Siberia, el desierto del Gobi en Mongolia o la cordillera del Himalaya pues resulta lógico que en esta película sean completos protagonistas.
La entrega de este rango de protagonista al entorno tiene dos consecuencias importantes, la primera es que un entorno grandioso, como lo es este, empequeñece a los actores humanos. Esta deshumanización de la historia hace que la épica caiga más del lado monumental que de la hazaña evidente de sus sufridos fugados.
La segunda es que un elemento básico de cualquier película, la música, desaparece completamente gran parte del metraje. No es algo habitual y se hace sentir durante la historia donde las grandes panorámicas se alejan de los prisioneros haciéndolos aún más pequeños frente a la naturaleza, inquebrantable e impasible a los sufrimientos y vidas de nuestros protagonistas.
Ni siquiera con la muerte nos permite cierta emotividad hacia esas personas que frente a los elementos ni siquiera pueden maldecir. Sólo seguir hacia delante.
Pero Peter Weir es un genio y no filma un paseo con decorados de lujo, donde Peter Jackson convertía en un conjunto de postales con música de lujo gran parte el viaje de El Señor de los Anillos este director inmenso consigue dar un sentido a todo este sufrimiento.
El aspecto humano no resalta la épica del deterioro físico porque lo físico es el entorno.
En esta película el contrapunto a la monumental naturaleza es el universo interior, no el vehículo sino la razón por la que sus protagonistas hacen un viaje de sacrificio que roza la locura.
El contrapunto a la naturaleza dura e impersonal es el inquebrantable espíritu humano, las emociones contradicciones y grandezas que anidan en nuestra alma.
Y ante eso ni el mayor de los desiertos, ni la montaña más alta tienen nada que hacer. Porque somos nosotros, los humanos quienes las doblegamos aunque sea insensato intentarlo e imposible conseguirlo. La voluntad lo es todo.
Para ello Peter Weir consigue que sus actores crezcan hasta conseguir que cada uno de ellos nos haga sentir las cuerdas emocionales que los sostienen más allá de lo posible. En especial el inmenso Ed Harris un sorprendente Colin Farrel y una conmovedora Saoirse Ronan.
Y así una película que parece fría y deshumanizada se convierte en un canto a todas esas imperfecciones que significan ser humano.
Una autentica maravilla.
Un saludo.
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